viernes, 4 de abril de 2014

EL 23-F Y EL REY

Una de las cosas en la que la mayoría de nosotros estaremos de acuerdo es que el 23-F fue uno de los sucesos más chuscos y cutres de nuestra historia. Por si no fuera suficiente un golpe de estado en la Europa de los años ochenta, ni siquiera fue un golpe medianamente organizado.

Debo reconocer que cada vez que veo estas imágenes me impresiona más el valor del General Gutiérrez Mellado enfrentándose a pecho descubierto contra hombres armados. Y resistiéndose a caer cuando Tejero le zancadilleó, no es mal símbolo para un país ¿no creen?

Por supuesto que los que lo vivieron, especialmente  quienes tenían una militancia de izquierdas, y sobre todo, quienes lo vivieron en el Congreso (para qué hablar de aquellos que como el periodista Antonio Pérez Henares combinaban ambas características) pasaron miedo, es lógico y razonable, y no pretendo menospreciarlo, mi interés va más por el hecho en sí, y por su origen y desarrollo.

Porque convendrán conmigo que pretender dar un golpe de estado (en un país de medio millón de kilómetros cuadrados y 38 millones de habitantes) con un par de autobuses llenos de guardias civiles, no es demasiado serio. Que es inconcebible que no se hubieran asegurado el control de la división Brunete, una daga apuntando al corazón de Madrid, que tardaran en controlar los medios de comunicación, que no se cortara el tráfico y la telefonía. O que la única Capitanía General que les secundaba fuera la de Valencia. En resumen, que no se pudo organizar peor, ni de manera más cutre. Vamos, que el Golpe de Estado era la esperpéntica salida de pata de banco de un guardia civil y un puñado de militares que no sabían en que mundo vivían. (No se crean que es un problema español, la Operación Valquiria no es que se organizara mucho mejor).
Portada del libro de Pilar Urbano
La historia es tan absurda que la explicación oficial no resulta convicente, no es suficiente. Es una explicación adecuada para algo más serio. Si a eso añadimos el papel del CESID, la implicación de Armada (el general más cercano al Rey) o las reuniones que éste mantuviera con políticos de todo signo como el socialista Enrique Múgica, es compresible que necesitemos más explicaciones.

Una de las más conocidas, y que explica la mayor parte de los hechos, es la de que el CESID colaboró en el golpe y el propio Suárez se apresuró a dimitir, para asegurarse de que el golpe se produjera en aquel momento, cuando aún no tenía suficiente apoyo, ni estaba lo bastante bien planificado para triunfar. Es una idea, aunque insisto en que no lo explica todo, por ejemplo el papel de Armada. 

Ayer se públicó, tras una jugosa entrevista publicada el domingo en El Mundo un libro, publicado por Pilar Urbano en la que afirma que el Rey organizó la operación Armada. Un inciso, a pesar de lo que se ha publicado, según afirma la autora en la entrevista (el libro aún no lo he leído aunque lo haré) el golpe habría sido una consecuencia no deseada de la Operación Armada, que para ese entonces ya había sido abandonada en favor del nombramiento de Calvo-Sotelo. La historia contada por Urbano tiene verosimilitud, y es cierto que explica varios aspectos de lo sucedido, como el papel de Armada (y sus reuniones) el enfrentamiento entre el Rey y Suárez, etc.
Pilar Urbano en la presentación del libro
¿Significa esto que lo indicado por Pilar Urbano es cierto? No necesariamente, es una teoría y explica algunas cuestiones vitales, es decir, tiene coherencia interna, pero lo que determina si la teoría es válida o no son las pruebas, y de momento ese es un aspecto que está siendo obviado alegremente.

Por un lado, la posición de la autora es bastante endeble en tanto que ha esperado a que sus fuentes principales estuvieran muertas, o incapacitadas, además la polémica con su biografía sobre la Reina no contribuye a aumentar la confianza, pues como recordarán la autora puso en boca de Doña Sofía opiniones polémicas que luego fueron desmentidas por la Casa Real, al final era la palabra de una contra la de otra, pero la sensación que dejó el episodio, y el hecho de que su libro actual se base en el mismo estilo, con el abuso de entrecomillados, acotando palabras y frases cuya autenticidad no es posible probar, demuestra, como poco, cierta torpeza, o pereza intelectual, por parte de la autora. Pilar Urbano debería haber recordado que en el periodismo sólo es (o debería ser) verdad lo que se puede demostrar, lo demás son fabulaciones.

Portada de su polémico libro sobre la Reina
Ahora bien, la reacción de la Casa Real y de las demás personalidades que han salido a replicar a la autora, están obviando ese mismo hecho y centran todas sus críticas en la falta de credibilidad de Pilar Urbano, algo que en realidad es completamente intrascendente, puesto que alguien puede mentir a diario y de repente decir un día la verdad, el hecho de que sea un mentiroso no hace que la verdad deje de serlo, aunque si que la hace más difícil de creer. Tampoco parece razonable la estrategia de culpar al Opus, (al que pertenece Pilar Urbano y que estaría muy descontento con el Rey) no porque no pueda ser cierta, sino porque tiene poco recorrido y utilidad.

En mi opinión deberían haberse centrado en demostrar, con pruebas, los supuestos errores y falsedades del libro, como política de comunicación me parece más práctica (aunque puedo estar muy equivocado). Sobre lo que no tengo ninguna duda es que la carga de la prueba recae sobre Pilar Urbano, al igual que en el libro sobre la Reina, y en este caso con más razón. Es ella quien debe demostrar aportando los documentos precisos que las personas que desfilan por su obra dijeron lo que ella afirma (las partes shakespearianas son especialmente difíciles de creer), si no puede hacerlo, deberá envainársela y pedir perdón. Hay acusaciones que nadie puede hacer impunemente. 

En tanto que eso no ocurra, seguiré centrándome en dos aspectos que la autora ni siquiera discute, que el Rey fue fundamental en el proceso de democratización (la nunca suficientemente ponderada Transición) y que detuvo el golpe, salvándonos de una involución que nos hubiera llevado décadas superar (si teníamos suerte)
El Rey durante su discurso la madrugada del 24 de febrero de 1981
Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, creo que es imprescindible la aprobación de una nueva Ley de Secretos Oficiales, que sustituya a la del 68 (hay que joderse) y que nos permita, transcurrido un tiempo prudencial, acceder a todos los documentos relativos a nuestra historia reciente y que ahora están clasificados como secretos de forma definitiva. Es la mejor forma de poner fin a estos debates, que dada la situación actual y la imposibilidad de acceder a las pruebas, resultan bastante estériles. 

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