No
pensaba hablar sobre ello, de verdad, la cantidad de comentarios que
se iban a hacer sobre el asunto, por cualquier con acceso a algo más
moderno que el pergamino iba a ser tan abrumadora que el mío no iba
a aportar demasiado, sin embargo, ¿qué quieren que les diga? La
situación fue tan grave y las reacciones tan absurdas, hipócritas,
antidemocráticas, etc. que no me puedo resistir a comentarlo. Lo han
adivinado hablo de la violencia tras la manifestación del 22-M.
Vayamos
por partes. En primer lugar, aunque por mi anterior post es fácil
adivinar que no comparto las motivaciones y los argumentos de los
autodenominados dignos, no les discuto su derecho a manifestarse, a
hacerse oír, a hacer llegar a los poderes públicos sus opiniones, a
ocupar de manera temporal el espacio público y hacer uso de los
derechos constitucionales de opinión, reunión y manifestación.
Cualquiera, en mi opinión, que quiera limitar el ejercicio pacífico
de cualquiera de estos derechos, más allá de su posible colisión
con otros derechos constitucionales, no ha entendido cuáles son las
bases de la democracia liberal.
Sin
embargo, como se puede deducir de la salvedad antes indicada es
imprescindible conjugar el ejercicio de distintos derechos que en
numerosas ocasiones no pueden ejercerse simultáneamente o sin
menoscabo de los derechos de otros, para eso se creó el Estado y se
desarrollaron sus tres poderes básicos, ejecutivo, legislativo y judicial.
Estado en que quedó el casco de un policía nacional tras recibir un golpe con un adoquín |
Pero
¿qué pasa si el ejercicio de cualquier derecho se lleva a cabo, no
sólo menoscabando los derechos ajenos, sino, directamente, de forma
violenta? En ese caso sólo hay una opción aceptable dentro de un Estado. Los cuerpos y fuerzas de seguridad deben impedir que esos
ciudadanos lleven a cabo sus intenciones y, posteriormente, ponerlos
a disposición de la justicia, que determinará si han cometido un
delito (o lo ha hecho la policía, ojo, que todo puede ser).
¿Y
cómo puede la policía evitar que un ciudadano o un grupo impidan a
los demás mediante la violencia el ejercicio de sus propios
derechos? Lo ideal es recurrir a la previsión, y la contención,
pero si no es posible deberán recurrir a la violencia.
Posiblemente
se preguntarán por qué es inaceptable la violencia de unos y
aceptable la de otros, la respuesta es muy sencilla (y requiere
reflexionar sobre ella), la diferencia estriba en la legitimidad.
Recordemos la definición clásica del Estado que dio Max Weber, hace
un siglo: “Un Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un
territorio, reclama con éxito el monopolio de la violencia física
legítima” (Un Estado que no tiene el monopolio de la violencia dentro de su territorio es un estado fallido, hablaremos sobre ellos otro día, digamos sólo que no es agradable)
Max Weber, sociólogo y politólogo. |
¿Y
qué determina la legitimidad de un Estado? El origen de su poder y
sus instituciones (si es democrático o no) y el ejercicio que haga
del mismo (si respeta a las minorías, su poder está limitado,
existe un Estado de Derecho, etc.) Nos guste o no quién ejerce
actualmente cada una de las magistraturas del Estado es evidente que
tienen tanto legitimidad de origen como de ejercicio. Por lo tanto,
en esta situación cualquier otra actitud violenta debe ser impedida
y perseguida por el estado.
Esto
explica por qué la policía debe cargar contra un grupo de
energúmenos que arrojan adoquines o destrozan el mobiliario urbano,
para eso están. ¿Significa eso que la manifestación en la que se
inscribieron esos actos, y los grupos que la convocaron, son
intrínsecamente violentos? No, en absoluto. Sin embargo es cierto
que tienen una responsabilidad, si yo organizo un acto que de forma
sorpresiva acaba en violencia, no soy responsable pero lo menos que
puedo hacer es pedir perdón y condenar los hechos. Si la violencia
era esperable, entonces si es posible que haya responsabilidad, ya
que, al menos, deberían haber tomado medidas para impedirla.
Una de las armas incautadas el 22M |
Y es
ahí donde toda la estructura lógica del 22-M se derrumba, ninguno
de los convocantes (que yo sepa, aunque estoy deseando rectificar, palabra) ha
condenado los actos violentos, al contrario han atacado a la policía
(con el agravante de que en este caso, los policías fueron atacados
con una violencia y una saña desconocidas). Aún peor, los partidos
de izquierda y los sindicatos, embarcados en su perpetua deriva
populista, tampoco han condenado los actos violentos (aquí, aquí, aquí, o aquí).
En
este caso, y mientras no cambien de actitud, los grupos y
especialmente los partidos y sindicatos que no condenan la violencia
ilegítima, y antidemocrática, de los manifestantes, están
promoviéndola, y por lo tanto serán responsables de lo que pueda
ocurrir en el futuro. La violencia de los grupos minoritarios, es la
muerte de la libertad, de la democracia y de la política. Ellos
sabrán.
Sobre la hipocresía de algunos, hablaremos otro día.
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